La figura de Giuseppe Primoli
El conde Giuseppe Primoli era descendiente por vía materna de Luciano Bonaparte, hermano de Napoleón. Luciano es considerado el fundador de la “rama romana” de los Bonaparte al fijar su residencia en el Estado Pontificio en 1805 cuando, a causa de sus desacuerdos con Napoleón, se vio obligado a abandonar París y la vida Pública.
Giuseppe Primoli nació en Roma en 1851 producto del matrimonio de Pietro Primoli y Carlotta Bonaparte. Carlotta tenía sangre bonaparte por doble vía: su padre, Carlo Luciano, príncipe de Canino, era hijo de Luciano, y su madre, Zenaide Bonaparte, era hija de José, rey de Nápoles, y luego de España.
Giuseppe Primoli, culto, apasionado bibliófilo y hábil fotógrafo, vivió a caballo entre Roma y París y mantuvo intensas relaciones con los círculos literarios y artísticos de ambas ciudades. Vivió en París entre 1853 y 1870. Se diplomó en derecho y su formación cultural se completó en los salones intelectuales de sus tías Matilde Bonaparte y Giulia di Roccagiovine. Fue determinante su relación con Théophile Gautier, íntimo amigo de la princesa Matilde, por ser el primer guía del joven conde Primoli por el mundo de las artes. En este estimulante entorno parisino, absorbió el placer por una vida tejida de relaciones mundano-literarias y en los años de la experiencia francesa, interrumpida bruscamente con la caída del Segundo Imperio en 1870, alcanzaron en su memoria un valor casi mítico. Al regresar a Roma en 1870, Giuseppe Primoli profundizó en el conocimiento de la cultura italiana del momento: se codeaba con escritores y periodistas como Boito, Giacosa, Serao, D’Annunzio y redacciones de periódicos como el Fracassa, Fanfulla della Domenica o Cronaca Bizantina, que en aquel momento representaban el crisol más vivo de la nueva generación de la intelectualidad italiana.
Durante toda su vida se sintió profundamente orgulloso de ser descendiente de Bonaparte y prácticamente rendía culto a su familia materna. En un primer momento, cultivó la idea de escribir la historia secreta de la familia Bonaparte recogiendo una notable documentación tanto de la tradición oral como de los archivos. Después dedicó sus energías a la formación de la extraordinaria colección que ahora conforma el Museo Napoleónico. En la planta baja de su palacio romano reunió las obras de arte, las memorias, los objetos preciados y los recuerdos ligados a la historia de la familia Bonaparte que, con pasión, iba recogiendo en el mercado de antigüedades y que engrandecieron el notable núcleo que ya poseía por herencia familiar. El criterio que inspiró a Primoli en la búsqueda y colección y que, además configura uno de los principales motivos de interés y encanto del museo, fue documentar no tanto la epopeya napoleónica, sino más bien la historia privada de la familia Bonaparte.
«(…) La actual disposición del museo, fruto de recientes obras de restauración de las salas, refleja en líneas generales las indicaciones legadas por Giuseppe Primoli dado que, al morir el conde, confió la tarea de ultimar la disposición de la colección a Diego Angeli, al que le unía una larga amistad.
Se ha estimado conveniente conservar al máximo la antigua disposición ya que por sí misma constituye una interesante muestra del gusto de la época. Por ello se ha preferido racionalizar los criterios expositivos originales en lugar de introducir una radical transformación que, aunque no dejara de ser una apasionante tarea, habría restado parte del sutil encanto de un museo tan especial (...).
La imagen de los Bonaparte pasó de la rígida convencionalidad de la retratística oficial, promovida a gran escala por el propio Napoleón tras su consagración imperial, a la privada de pequeñas dimensiones. Ésta, realizada con técnicas variadas (óleo, acuarela, cera y miniatura) por los mejores artistas de la época, permitía un uso distinto del retrato como regalo o como memoria para disfrutarlo en la intimidad doméstica. Así, pasando de sala en sala, se siguen la evolución la vida: matrimonios, nacimientos y relaciones afectivas; y se leen las marcas dejadas por el paso del tiempo y de los avatares de la vida que dejan huella en los rostros, se intuye la personalidad y el carácter de los personajes.
Pero, aparte de la pura y simple imagen física, las figuras, incluso las que no son parientes de primera línea de los Bonaparte, emergen del cuadro con sus características individuales, sus gustos, sus preferencias, amores y leyendas gracias a la riquísima variedad de materiales expositivos conservados en el Museo. Desde pinturas a esculturas, desde muebles a objetos cotidianos, desde tabaqueras valiosas a álbumes de recuerdo, desde dibujos a joyas, desde libros a ropa, cualquier objeto adquiere una doble posibilidad de lectura: una como documento de arte y del gusto de una época y otra como testimonio de un fragmento de historia familiar. En este contexto, la coexistencia de obras profundamente distintas, tanto en cuanto a género como en calidad, adquiere un equilibrio especial y feliz. Su armónica fusión, lejos de crear disonancias y contrastes, permite un juego más libre de analogías, referencias y asociaciones».
(Maria Elisa Tittoni: Il Museo Napoleonico, coord. por L. Capon; introducción de Maria Elisa Tittoni. Roma, Palombi, 1986)