Napoleón y el palacio del Quirinal
Estos breves apuntes sobre las residencias de los Bonaparte en Roma no podrían concluir sin citar el palacio del Quirinal, elegido como segunda residencia imperial para acoger al emperador de los franceses, a su esposa Maria Luisa y a su hijo que había recibido el simbólico título de Rey de Roma. Esta simbólica elección de sede, probablemente sugerida por el arquitecto Raffaele Stern, determinó la necesidad de llevar a cabo grandes obras para adecuar el palacio a las exigencias de la pareja imperial con motivo de la visita a Roma prevista en 1812, nunca realizada debido a la desafortunada campaña en Rusia.
El gran organizador de estas reformas fue el arquitecto Raffaele Stern quien, junto a Daru, Intendente de los Bienes de la Corona, seleccionó a los artistas y a los decoradores con amplitud de miras en la cosmopolita esfera artística romana, mientras el programa iconográfico era sometido por Canova, Denon y Stern a la aprobación del propio Napoleón.
La idea clave era asimilar el imperio napoleónico al romano evocando los fastos imperiales, la justicia de Trajano, los dioses protectores de Roma y los genios de la guerra y de la paz, así como exaltar la grandeza de Napoleón a través de las gestas de los grandes héroes del pasado. Por otro lado, la propiedad de Roma, lugar por excelencia de la memoria histórica, representaba en la visión política de Bonaparte un valor de continuidad y legitimación del poder imperial.
Desgraciadamente, sólo se conserva parte del decorado y del mobiliario pensados para la ocasión de los apartamentos napoleónicos —uno de representación, otro para el emperador, al noroeste del antiguo Casino de Gregorio XIII, otro para la Emperatriz en la zona construida por Fontana para Sixto V—. A pesar de todo, los techos pintados con impetuosa maestría por Felice Giani y el friso con las gestas de Alejandro Magno de Thorwaldsen, dos de los mejores ejemplos del neoclasicismo en Roma, permiten intuir sobradamente la grandiosidad y la elegancia de la ornamentación.
Quien desee recorrer el hilo de la memoria familiar y pasearse por la intensa y sugerente relación entre Roma y los Bonaparte no debería perderse el Museo Napoleonico, donado al Ayuntamiento de Roma por el conde Primoli, descendiente directo por parte de madre de los Bonaparte “romanos”, cuyo fundador fue Luciano Bonaparte.